Las piernas también lloran

Fíjense que yo no sé si son las hormonas haciendo de las suyas o algún síndrome de estos post-pandemia (lo buenos es que no es post-parto) que he visto atacar a varios de formas tan distintas, pero ando de un sentimental que no les quiero ni contar, porque lloro…

Últimamente casi cualquier canción que escucho me hace tener insights que nunca hubiera tenido. Ni siquiera tiene que ser una canción triste, que es lo peor. Hasta con algunas de salsa ya se me va rodando la lágrima, pero para ser justos, hay unas letras… que aunque eso se oiga salseramente delicioso para bailar, si escuchas lo que dice te cortas las venas en diagonal y de a deveras.

Y, bueno, cualquiera puede tener sus cinco minutos de sensibilidad, hasta yo, pero lo que me llama la atención es que es pleno verano, mi época favorita del año, en la que siempre espero cualquier pretexto para salirme a “tardear” con un Aperol Spritz  y regresar a mi casa ya entrada la noche (o el día) con varios de éstos bien puestos, más algunas copas de vino, y no, no está pasando.

Menos mal es verano, si fuera invierno ni me lo estaría cuestionando, porque viviendo cerca de montañas nevadas el clima puede ser inclemente. 

Es verdad que es difícil vivir en un país que no es el tuyo. Pero desde los 14 abandoné mi ciudad natal, nunca regresé, he vivido en cuatro países diferentes, en más de 9 ciudades distintas, ¿cómo me explico que esto esté pasando hasta ahora?

 Cuando viví en España, tenía formados mis vestidos más cortos para irme de marcha sorteando los 40 grados del verano común de Madrid, por ejemplo. Ahora poco me dejo que me caiga un rayo de sol sin usar protector solar.

¡Demonios!, ¿será que ya empiezo a dar el viejazo?”, yo creo que sí, porque acabo de escribir “¡demonios!”.

 Amo la música con locura, los instrumentos, los ritmos, las letras… no soy capaz ni de echar un polvo sin ella.

Esto lo aprendí de un novio melómano que tuve, ese hombre reproducía unas playlists mientras estábamos en pleno acto que, no sé cómo explicarlo, hacía que el performance fuera otro, más disfrutable, con ritmo y por horas.

 Nada más de recordar esa etapa de mi vida, ya me están dando ganas de salirme por mi Aperol y ponerme uno de esos vestidos cortos para disfrutar de los 28 grados de este paradisiaco lugar.

Pareciera que escribir resulta una mejor terapia para estas piernas que han estado de lloronas, mucho más barata, eso también, aunque si le agregamos la cuenta de la cantidad de Spritz que me alcanzo a beber en una sentada, creo que me saldría más barato recurrir a un psicólogo, con lo caro que ya en todas partes ser alcohólico, y esto de la inflación que no para, pero la que debe parar con este tema soy yo o me volveré a deprimir y me perderé del sol, así que ciao bellas! ¡Mi Aperol me espera!

 
Previous
Previous

Valle de Guadalupe

Next
Next

Querido Diario: