Querido Diario:

Sonó la campana y el fin de semana se deja ver… vestido, de traje, lujuria salvaje bajo mi piel…

¿Qué os viene a la cabeza con esta frase? Fiesta, calor, una chela bien fría, amigos… Qué bueno, ¿no? Eso es genial si no fuese porque a mí la mordidita me la pidió un agente de policía de Cancún. No se imaginen que me pidió bailar, ni salir a cenar, ni tampoco significa que se pareciese a Ricky Martin (ya le hubiese mordido yo, jajaja). No amiguis, no. Supuestamente nos pasamos un semáforo de dudosa existencia en un cruce. “Ni-no ni-no ni-no” suenan las sirenas, y nosotros pensábamos que la cosa no iba con nosotros, pero vemos a un agente haciendo aspavientos con el brazo como si se le hubiese metido una avispa dentro del coche y terminamos por darnos por aludidos; el señor quería que nos paráramos. 

Mi marido, amablemente le dio los buenos días y el policía le dio las buenas tardes, porque no sé si saben que cuando son las 12:01 del mediodía ya son buenas tardes. En España no son buenas tardes hasta que no vas con la barriga llena. Es decir, sobre las tres de la tarde. Ya no hablemos de que si en México son las cinco y media de la tarde, y ya te andan dando las buenas noches, y tú en España aún sigues diciendo buen día. El caso es que empezamos ya con mal pie y, claro, siendo extranjeros vimos reflejados en los cristales de las gafas de sol del agente el símbolo del dólar. 

Eso es algo que te va a pasar con la policía, con el que te vende tomates en los tianguis y cuando vas a comprar cualquier cosa que no tenga el precio pegado. O sea, un paquete de lápices puede costar el doble o la mitad. Por eso, en los tianguis es mi amiga la que pregunta los precios y yo la que asiente con la cabeza en modo “ok, procede al pago”. 

Pues este señor nos quería quitar el permiso de circulación y “lamentablemente” íbamos a tener que ir a una dependencia de la policía a recogerlo y pagar la multa que ascendía a 5000 pesos mexicanos. Es decir, unos 220 euros. Mi marido, que es más negociador que Samuel L. Jackson y Kevin Spacey juntos (aquí es donde me gano a las lectoras fanáticas del séptimo arte… No se pueden perder esa peli de estos dos), primero quiso esperar a ver si el agente nos daba “otra opción”, pero el susodicho no soltaba prenda, queriendo parecer íntegro e incorruptible. 

Justo acabábamos de sacar dinero del cajero, y cuando vimos que la policía nos paraba fue muy gracioso ver cómo volaban los billetes hacia la parte de detrás que estaba mi suegra recogiéndolos del suelo o pisando los que no había podido guardar, para que el agente no pidiese más de la cuenta. 

Visto que el hombre no quería ser señalado de corrupto, fue mi marido quien dio el primer paso. Yo no voy a negar que estaba algo nerviosa, porque no sabía cómo podía reaccionar el agente al decirle de forma indirecta que si quería aceptar un soborno. En España te hubieses ido detenido solamente por suponer que podrías comprar a un policía. Así que se escuchó la frase mágica que puede cambiarle el día a la patrulla: “¿no podríamos arreglarlo de otra manera?”, y el señor, con cara de más amigos que Snoopy dijo: “ahora soy yo el que le escucha a usted”. 

La verdad que me quedé bastante aliviada al saber que todo marchaba por el camino correcto de lo incorrecto. Eso sí, yo sentí que infringía la ley más que ese señor. Mi marido se sacudió los bolsillos diciendo que no tenía mucho dinero que darle, pero que tenía por ahí 500 pesos. Es lo único que podía ofrecerle. El hombre debió pensar que era una cantidad razonable para habernos parado por un semáforo que quizás sólo existía en su mente. Así que agarró el billetito azul más contento que un niño en Navidad y con sus dos pelotas dijo: “¿pacto de caballeros?” Le extendió esa mano, que estaba más acostumbrada a recibir más mordidas que un adiestrador de perros, y mi marido dijo: “pacto de caballeros”, y se fue a su patrulla con aire triunfador. Hoy invitaba él a la comida. A mí me entró un ataque de risa porque siempre me habían contado cómo eran estas cosas, pero me pareció que la realidad superaba con creces la ficción. Y hay cosas muy interesantes que te pueden pasar en México, y esta es una de ellas. Siempre y cuando la jugada salga bien y se incumpla la ley sin más complicaciones. Total, es un pacto de caballeros y eso quedaría únicamente entre el señor corrupto y todas vosotras que leéis mi columna. Y si hubiésemos infringido realmente las leyes de circulación, aceptas y lo pagas. 

Es curioso, pero desgraciadamente es algo demasiado habitual en México. Cada minuto se producen 13 mordidas. Lo que es lo mismo que 771 por hora. Es una auténtica barbaridad. ¿Quién tiene la culpa? Los que lo hacen y los que lo permitimos. Sí, también nosotros hicimos mal en entrar al juego. Y aunque no es excusa, diré que nos quedaban pocas horas para volar Cancún - CDMX, y hubiese sido complicado que la supuesta multa siguiera su cauce normal. 

Pero como el karma es muy sabio, días después de llegar a CDMX, ¿qué creen que me estaba esperando en forma de alarma? Otro sismo. O sea, creo que dos sismos en menos de seis meses es algo excesivo, ¿no? Yo comienzo a escuchar una alarma y claro, otra cosa no, pero en México tienes más diversidad de alarmas que tipos de tacos. Hay para todos los gustos y alcances auditivos. Las tienes matutinas y las tienes a las cuatro de la mañana. Pueden ser del súper de al lado de casa y puede ser la policía que pone la sirena a esas horas de la madrugada de forma “preventiva”, para que los rateros sepan que están cerca. Y yo me pregunto, ¿los rateros son ciegos? Es decir, ¿ir únicamente con las luces de madrugada no es suficiente?

Cuando nació mi hijo, ya tuve que parar a la policía varias veces (a todos los turnos) y decirles la poca o ninguna necesidad que había en hacer ese ruido. Que mirasen muy bien mi ventana, porque ahí vivía un recién nacido que despertaban las pocas horas que dormía. Estuvieron un tiempo sin poner la sirena, eso es cierto. Pero sabían que cuando me viesen pasarme un semáforo imaginario, tendrían que pedirme dinero. Porque a una madre recién parida no hay agente ni Dios que le lleve la contraria, pero dos años después era el momento de cobrarse su deuda. 

También os digo, si 500 pesos me costó el silencio nocturno con un recién nacido, los he pagado muy a gusto. 

Por cierto amiguis, les tengo algo muy cool que contarles, y por ello voy a estar missing un tiempo (prometo que poco). Pero primero quería agradecerles tanto amor que le dieron a mi columna. A mí me hicieron inmensamente feliz y me he sentido querida y acompañada. Eso es otra cosa que tampoco tiene tiempo. ¡Tengo muchas ganas de contarles qué me traigo entre manos! Pronto pronto les cuento, Mil gracias por todo, nos vemos a la vuelta.

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