Happy Mothers Day!

Mayo, mes de celebrar a las mamás, yo celebro que tengo a la mejor del mundo, y le agradezco enormemente haberme dado piernas, estas piernas que me han llevado por el mundo con seguridad, criterio y mucha diversión, no sólo para hacer locuras, esas han llegado por añadidura. Tener una mamá brillante, fuerte, amorosa y constructiva que te enseña a vivir sin miedo y con libertad ha sido el regalo más grande. Ojalá me siga acompañando en muchas vidas… 

 ¡Ay, pero si mi madre supiera el 100% de las cosas que me pasan! Aunque se sabe como un 95%, y creo que eso es más que suficiente. Lo bueno es que lo ve con filosofía, yo no sabría qué haría con una hija como yo, tal vez me costaría mucho trabajo entender que sólo son cosas que “le pasan”.

Como eso “que me pasó”, una vez que me fui a la Feria de Aguascalientes en plena decepción amorosa. Yo estaba en depresión total por haber cancelado mi segundo intento de boda, no quería ir a Aguascalientes, pero mis amigos pasaron por mí y junto con mi madre me obligaron a hacer mi maleta. Ahí vamos manejando, cante y cante por cinco horas puras de dolor para exorcizar demonios, y llegando a tierras hidrocálidas, ya muy entonados los tres, nos pusimos guapos y nos fuimos a la feria. 

Entramos, por cuestiones meramente geográficas, por el área del palenque. Esa noche le tocaba a Alejandro Fernández y obviamente no teníamos boletos, porque todo salió de última hora, pero “cuando te toca te toca”, y se me acerca un revendedor a ofrecerme UN boleto, que además lo vendía más barato precisamente por ser uno solo. No consulté a mis amigos, saqué el efectivo y lo compré. Obviamente intentaron detenerme, “¿cómo te vas a meter sola a un palenque?”, “estás loca, no podemos dejarte aquí”, pero me enfilé a la entrada del concierto, con mi boleto en mano y muy decidida les dije: “les hablo cuando salga y nos vemos en este mismo punto, have fun!”.

 Me tocó sentarme en la tercera fila, wow, tan lejos y tan cerca. Apenas me senté pedí un whiskey que nunca llegó, pero todos los que estaban a mi alrededor se encargaron de alcoholizarme el resto de la noche, fue fácil conectar con todos entonando las canciones con más dolor que el que ya de por sí traían las letras impresas, y entre un tequila por aquí y un whiskey por acá armamos un buen grupo, como si fuéramos amigos de toda la vida. 

Cómo extraño esos tiempos, ahora no le aceptaría un trago a ningún desconocido, qué terrible que tengamos que vivir con miedo.

Algunas mujeres se pararon a saludar al Potrillo y él se acercó con ellas, y ahí es donde salto desde mi tercera fila hasta el escenario, muy valiente, con mis jeans más entallados y mi top rosa mexicano con ombligo al aire. En lo que me tardé en llegar al escenario, Alejandro se voltea en dirección opuesta a seguir cantando y me quedo ahí sola esperándolo, sintiendo que era demasiado tarde. Ya estaba a punto de emprender la retirada, cuando lo veo que se regresa, camina hacia mí con esa sonrisa espectacular, me agarra la cara y ¡me planta un beso en la boca! No sé quién emborrachó más a quien con los tequilas que los dos traíamos encima, pero ¡yo me sentí en la gloria!, ¡mi mejor dinero gastado en la vida! Esa noche no me hubiera cambiado por nadie, salí gloriosa, entonada, con nuevos mejores amigos que me escoltaron hasta el casino con mis amigos y, ahí sí, sintiéndome indestructible, perdí todo lo que no me gasté en el boleto del concierto, pero “¿y el ex novio?”, ¿y la depresión? ¡Nada que un beso de El Potrillo no arregle!

 
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