el grito

Y ahí me tienen bien decepcionada yéndome de vacaciones a ver a una de mis mejores amigas que vive en Alemania, porque pasaban los meses y yo no podía superar al imbécil de mi ex novio en ese entones. No vamos a entrar en detalles sobre la situación del ex novio, porque eso nos daría varias entregas para poder contar todo lo que sucedió en esa relación, pero seguramente hablaremos de eso en alguna otra ocasión. 

Lo que sí quiero aclarar de una vez, es que probablemente muchas de mis pendejadas las hice por una decepción amorosa. Así que es muy normal que vean esa situación presentarse de forma recurrente en esta columna.

Que los síncopes traumáticos ocasionados por esas decepciones me hayan durado 15 minutos o 2 años, eso sólo fue, literalmente, cuestión de tiempo, porque créanme cuando les digo que todas y cada una las viví con la intensidad que requerían en su momento.

Hasta ahora puedo entender cuando mi adorado amigo Otto me decía en cada truene: “ay Isabella, cuántas salidas nos depararán hasta que encuentres a tu siguiente potencial víctima y se te pase”. Y yo lo consideraba tan falto de tacto y no podía creer que no se diera cuenta de lo que yo estaba sintiendo en esos momentos de amargura, pero con el paso del tiempo me fui dando cuenta de que era tan adicta al sentimiento de decepción como al del “olor a nuevo”.

Ahora la decepción no me detiene ni para echarme un tequila por el puro pretexto. Al contrario, me empieza a dar una emoción muy muy grande el pensar qué vendrá, pero sobre todo cómo la traerá.

Total que ahí voy llore y llore en 12 horas de vuelo, decepcionada de la vida, no se pueden imaginar cuánto, o seguramente sí, historia conocida para muchas…

En algún momento del vuelo se me ocurre pararme al baño a lavarme la cara, cabe señalar que para ese momento mi sobriedad había salido disparada por unos 4 ó 5 whiskeys que ya me había tomado y mi falta de estabilidad física me hicieron perder el equilibrio y rozarle el trasero en la cara a un samaritano que estaba dormido con la cara hacia el pasillo. No crean que me inmuté, sólo dije: “ay, lo siento”, y continué mi camino de emergencia al baño. 

Cuando salí, el samaritano estaba completamente despierto, y por más que quise hacerme tonta, según yo tratando de mirar al firmamento, cruzamos miradas un segundo y el hombre con una amplia sonrisa me dice: “¿todo bien?”. Y yo en digna, casi sin voltear a verlo, sólo contesté: “sí, todo bien”. En cuanto paso su asiento, siento que se pone de pie y viene tras de mí, y cuando estoy a punto de sentarme me toma un brazo y me dice: “déjame te ayudo, no vayas a tener otro accidente”. Yo solté la carcajada instantáneamente y mientras nos reíamos él dice: “¿whiskey con soda?”, a lo que respondí que sí y vino a sentarse en el lugar que afortunadamente estaba vacío del otro lado del pasillo. Y digo afortunadamente, porque olvidé mi decepción amorosa por el resto del vuelo, de otra manera no sé en qué hubiera acabado eso, porque íbamos a medio vuelo y yo ya era un desastre.

Para ese momento sólo podía pensar en la cara de terror que me había visto en el espejo cuando había ido al baño y no podía creer que este hombre quisiera ponerse a hablar conmigo.

De pronto él dice en modo rompe hielo: “¿siempre tienes esas maneras tan bonitas de dar los buenos días?”, y ahí fue donde entendí que esa era la cara que le había llamado la atención. “¡Obvio!, ¡es hombre!”, dije para mis adentros, y continué la conversación pensando en qué tan rápido me podía acabar el whiskey para disculparme con que debía descansar, porque me esperaba un día largo.

Yo soy la reina de las excusas cuando me interesa hacerlo de forma “polite”, y la reina de la claridad cuando me da lo mismo qué piensen, pero no estaba siendo posible deshacerme de él.

Aclaremos, había algo en el personaje que era bastante atractivo, no podría decir que era guapísimo, era más como el conjunto de todo lo físico y la forma de ser encantadora, un tipo educado, interesante y lo suficientemente simpático para mantenerme entretenida, pero obviamente yo no estaba en el mood.

Fue inevitable continuar la conversación hasta que llegamos a la bonita pregunta de: “¿a qué vas a Alemania?”, y aunque supongo que el tipo había podido leer mi cara de desastre emocional, yo sólo respondí: “a visitar a una de mis mejores amigas, ¿tú a qué vienes?”, a lo que él respondió: “vengo a una exhibición de tradiciones y costumbres mexicanas representadas en distintas formas de expresión por las Fiestas Patrias, y me pidieron algunos de mis cuadros para exponer”. A mí las artes me apasionan, pero particularmente la pintura, así que mi alma de periodista y mi interés por el tema se apoderaron de mí y continuó en una entrevista que duró casi el resto del vuelo, porque una pregunta nos llevaba a otra y total que se hizo muy fácil seguir hablando. Si pensaban que me lo iba a encerrar en el baño del avión, no, eso no pasó ese día. Para cuando tocamos tierra ya habíamos intercambiado contactos y quedamos que, si nuestras agendas lo permitían, nos veríamos en Berlín para “continuar la conversación”.

En cuanto vi a Maggie en el aeropuerto mi triste realidad volvió, y de camino a su casa regresó la lloradera mientras le contaba la trágica historia de la relación fallida, pero eso no duró mucho. Me di un baño y nos fuimos por unas cervezas a un bar. Obviamente nos sentamos en la barra, como nos gusta, y desde que llegó la primer Franziskaner no paramos de reír rodeadas de pura salchicha alemana. Porque tengo que aclarar que no soy muy fan de la comida alemana, pero la salchicha en todas sus formas ¡sí es lo mío!

Maggie se terminó poniendo más hasta el dedo que yo, y ahí me tienen en el taxi tratando de recordar la maldita dirección y explicando en mi limitado alemán, porque ella, en bulto, seguía sin responder. Subir las escaleras con esos 65 kilos de rock, que se sentían como 90, fue todo un triunfo, pero finalmente aterrizamos en la cama. 

A la mañana siguiente, como pudimos nos preparamos los chilaquiles más deliciosos que se hayan inventado en una cruda en Alemania, porque salchicha tan temprano, y cruda, imposible. Pero rápidamente nos enfilamos a otra cervecería, esta vez sólo para terminar de aliviar la hijoemadre cruda que nos cargábamos y poder empezar nuestro recorrido turístico.

La turisteada se acabó cuando llegamos al área de zapatos de KaDeWe, otra de mis perdiciones en toda su expresión, ¡qué zapatos más bonitos! Si en algo he gastado dinero en mi vida, además de viajes y buena comida, es en zapatos, porque ahí sí que yo puedo salir a la calle hasta con un hombre feo, pero zapatos feos ¡NUNCA! 

Eso no ayudó mucho a mis finanzas, pero sí a mi hígado, porque al menos le dimos unas horas de descanso, pero después del shopping fuimos a un bar que estaba de moda, al que un amigo de Maggie, también mexicano, nos estaba invitando.

Fue un triunfo entrar, porque tenías que estar en la lista y esas mamonerías que podría decir que odio, pero la verdad me encanta ese tipo de exclusividad. Logramos entrar y ya estábamos de nuevo con trago en mano, esta vez copa de champaña, y socializando con todos los personajes de la banda mexa de Berlín, no todos mexicanos, pero de habla hispana, españoles, argentinos y un par de colombianos; ya saben que los mexicanos siempre hacemos comunidad a donde sea que vayamos; yo empecé a platicar esta vez con un alemán que había hecho gira por México y amaba al País, un personaje bastante interesante y guapo para ser alemán, porque en general a mí me parecen muy sin chiste, muy pan sin sal, pero este había sido periodista, después le dio por ser DJ y se volvió lo suficientemente famoso como para recorrer el mundo tocando de manera profesional, así que ya se imaginarán la cantidad de historias que ese hombre tenía para contar, aunque la verdad me hubiera hecho la loca con cualquier tipo de conversación con tal de verlo un poco más. Y ahí es donde me imagino que se preguntarán que el corazón roto no me duró nada, y es verdad, ¡nada! Ya estaba yo, al segundo día de haber llegado, bien lista para otro tipo de emociones fuertes.

Ya avanzada la noche, que llega el mariachi. Cosa que nos sorprendió casi a todos, porque era 15 de septiembre, pero NADIE estaba pensando en eso, al menos yo no, que estaba tan felizmente distraída con el interesantísimo producto local.

Resulta que uno de los socios del lugar era mexicano y por eso se había organizado la fiesta, pero nosotras ni enteradas, sólo fuimos porque el lugar se veía divino.

La concurrencia estaba bastante mezclada con los locales, ya saben que a los extranjeros les encantan nuestras tradiciones.

Con el cuento del mariachi fue imposible seguir platicando, no tanto por el ruido, sino porque el tumulto hizo que nos fuéramos acercando cada vez más hasta quedar prensados en un beso al ritmo del “Mariachi Loco”, nada romántico, por supuesto, pero qué me iba a importar si la distracción más grande la tenía delante de mí.

Desfilaron los tequilas, la temperatura fue subiendo y acabamos metidos en el baño dando ”El Grito” al Son de la Negra, que no era, pero parecía, porque si algo he de decir de los alemanes que han pasado por estas manos, es que bien dotados sí están. 

Pero el verdadero grito llegó cuando abrimos la puerta del baño para salir, según nosotros muy disimuladamente, y ¿quién creen que estaba ahí muy paradito, con sus manitas en su asuntito, haciendo pipí tranquilamente? ¡El personaje del avión! 

Y sin quitar las manos del asunto, pero con cara de asombro me dice: “¡hola Isabella!, mira si es chiquito este mundo, se ve que lo tuyo es la ida al baño”, yo no podía pronunciar palabra, entre el impacto de verlo ahí y mi alemán viéndome en le reflejo del espejo con cara de: “¿se conocen?”. Yo no supe qué salió de mi boca, pero sí sé que ni un hola bien pronunciado pude decir, balbuceé algo y salí corriendo del baño, llegué con Maggie y la saqué instantáneamente del bar. Todavía me sigue echando en cara que le eché a perder el ligue de esa noche.

Tal vez no se lea tan grave aquí, pero no se pueden imaginar el estrés que sentí con esas miradas a fuego cruzado con lo que debió estar pasando por sus mentes en ese momento y sin poder dar explicación, porque ¿qué explicación hubiera podido dar? 

Del alemán no volví a saber nada, pero el personaje del avión mandó mensaje al día siguiente y… esa es otra historia…

Previous
Previous

Todos somos Búho

Next
Next

¿Qué comen nuestros músicos preferidos?