Querido Diario

Mi nombre es Cristina. Soy española y llegué a México hace una semana, pero es la tercera vez que vengo por largas temporadas y considero a México mi segunda casa. Pero esta vez he venido distinta. No sé... me siento diferente. Y no me refiero a que cambié de talla de pantalón (que también, pero a peor), sino que esta vez he venido con mi bebé de 18 meses y hace que todo se vea desde otra perspectiva. 

Nada más llegar a México, en el aeropuerto, tuve que cambiarle el pañal al pequeño. Ya me ven recorriendo en sentido contrario la fila de migración, saltando entre maleta y maleta, disculpándome cada metro y medio e intentando no respirar para no agarrar el maldito virus entre tanta gente. 

Entré en los baños de señoras y me encontré a un Bradley Cooper de marca blanca (marca libre), que acompañaba a su hijita. Yo nada más verle quise cambiar mi chip a territorio mexicano y dije: "Hola, ¿qué tal?, ¿cómo está?, ¿cómo fue su vuelo?, ¿qué tal su familia?, ¿cómo le va el trabajo?, ¡espero que esté muy bien! Bonita estancia en México". Necesité tres inspiraciones para decirlo todo, ¡pero lo dije! Porque si hablase como una española en España, nada más diría "Hola", y ya te aseguro que no siempre. Con hacer un gesto de cabeza a veces es más que suficiente. Pero dije, venga Cris, intégrate. Y Mr. Cooper Marca Libre me dijo: "El mejor baño es el del final, es el más aseado". A lo que yo le contesté con los 10 kilos de mi bebé en un brazo y con el otro sujetando las toallitas, la crema anti rozaduras, el pañal y la bolsa del bebé: "No gracias, busco el cambiador". Mr. Cooper se me acercó y me dijo: "¿Cambiador? Jajajaja.  Bienvenida a México, chavita". 

Y sí, fue una bonita bienvenida a México. De hecho, me quisieron dar tanto rato la bienvenida, que en Migración estuvimos casi dos horas esperando nuestro turno porque sólo había dos personas trabajando para todos los vuelos que llegaban a esas horas… sí sí, dos personas. Una en un mostrador para toooooodos los mexicanos y otra en otro mostrador para tooooooodos los extranjeros. Al menos son equitativos. Y debe ser que toda esa gente que trabaja en el aeropuerto en esa área pues estarían ocupados, supongo en… no sé, esto… uhmmmm… eh… ¡ya sé! Preparando el resto de mi bienvenida, sí. Seguro era eso. No creo que tuviera nada que ver con que el Presidente del País haya reducido a la mitad el personal del aeropuerto… no. ¡Cómo iba a hacer eso con uno de los aeropuertos con más movimiento del mundo! Sería ilógico y si por algo se caracteriza el señor Presidente, según me han dicho, es por no hacer nada que sea ilógico (modo ironía ON). Aunque bueno, ese es otro tema…

Pero, por fin llegamos y nos instalamos en casa de un amigo que nos acoge hasta que encontremos departamento (¿estará bien dicho "acoger"? ¿O eso de "coger" no sonará bien?). Esto sí que es un amigo, ¿no creen? Meter en su casa a una pareja que viene con un terremoto de año y medio que quiere tocar todo lo que está al alcance de su mano… Y ojo, que tendrían que ver el departamento de mi amigo. Es una "chulada" como dicen aquí. Tiene figuritas por todas partes. Diosito, Diosito, espero que no sean muy caras.

Aunque claaaaaaarooooo, hablando de terremotos… Sí. Nos tocó el del día 7. Debe ser que parte de mi bienvenida era disfrutar de una de las atracciones más acongojantes del mundo. Vamos, que ni en Six Flags. 

No, ya en serio. ¿Saben que a los terremotos los mexicanos les llaman "temblores"? ¿Temblores? ¡OMG! Permítanme que les diga algo, temblor yo le llamo a lo que hace mi lavadora cuando centrifuga, ¿ok? Pero lo que he vivido a los tres días de llegar a CDMX es una maldad de la Madre Naturaleza en toda regla (aunque algo le habremos hecho para que nos mande esos "regalitos" envenenados).

Nos encontrábamos en un noveno piso y ¡wow! Nos movió tanto que casi pude agarrar agua del Pacífico con una mano y del Atlántico con la otra. Les juro, y les soy muy sincera, que estaba aterrada. Pensé que nos iba a pasar lo peor… admiro la valentía y entereza con la que la población de México afronta esos sucesos. Yo me quedé "paniqueada" como dicen por aquí. No nos dio tiempo a bajar y ahí estábamos esperando a que aquello terminara.

Y cuando terminó de "centrifugar" agarré una manta para bajar las escaleras corriendo con mi bebé en brazos. No pensaba en otra cosa más que en mi bebé, en que tenía que protegerlo como fuera, no podía permitir que le pasara nada… Y entre toda esa lucha de emociones encontradas, entre el miedo, el susto, el instinto de supervivencia y demás, me llegó mi marido, se detuvo ante mí unas milésimas de segundo mirándome y me dijo: "¿de verdad vas a bajar en chanclas?" No güey, voy a buscar mis tenis y los calcetines que más combinen con mi pijama. ¿Se lo pueden creer? Yo que creía que me iba a decir lo orgulloso que se sentía de verme con esa actitud protectora y estaba más pendiente de mi "styling".

Pero gracias a Dios, pudimos bajar y no pasó nada más. Y este es el segundo temblor que nos agarra aquí. Por eso ya me compré un pijama más vistoso, vaporoso, sexy… Porque siempre hay que estar preparada para que tus vecinos te vean con la ropa de andar por casa en caso de sismo y no vestida como si les fueses a atracar, que suele ser mi caso. Porque yo siempre he sido mucho de ir con lo más cómodo, que no siempre es lo más bonito. Venga, seré sincera. Eso ha sido muy "polite". Reconozco que mi ropa cómoda no se la pondría nadie. De hecho, un día estaba sentada en la entrada a mi edificio esperando a mi chico, ahí bicheando por Instagram, con mi ropa cómoda, obvio, y de repente alguien me dejó unos euros. Alcé la cabeza y era él: "Ah, perdona, que eres tú. Pensé que era una persona pidiendo".

"¿¡Serás imbécil!?", le dije. Pero me quedé las monedas… para comprarme unas chanclas con más glamour.

Una de las cosas que más me gusta hacer aquí es agarrar un Uber y preguntar al conductor sobre la cultura del país, sobre cómo está políticamente hablando o cómo viven los sismos. Y el señor al que le pregunté, tan amable, me comentó que la sirena que suena antes de que todo comience a temblar era demasiado alarmante, que hacía que la gente entrase en pánico y que debería sonar algo como más "cool". Yo le dije entre risas que si prefería que pusieran algo de Thalía o Luis Miguel y riendo, el señor me dijo que al menos la gente bajaría con otra onda, como menos atacados. 

Eso me dejó pensando en cómo es la cultura latina, más despreocupada, más de afrontar lo que venga lo más feliz que uno pueda. Deberíamos aprender de ellos. 

Y es cierto que no puedes pensar como europea en un lugar latino, que por otra parte está bien. Muy bien. Es como que todo tiene otro ritmo, como esa cancioncita que se te mete en la cabeza y te hace poderosa, fuerte y te carga las pilas para afrontar un día sin cambiador para bebés; para no enojarte cuando ningún coche te deja pasar por el paso de peatones, aunque vayas cargada como una mula; para asumir que acabas de dormir a tu hijito y pasa el coche de la policía con la sirena a toda velocidad o alguien comprando "algo de fierro viejo que vendaaaaaaaaaan" (esto debe leerse con el tonito musical que le ponen que, créanme, es bien pegadizo, no te lo sacas de la cabeza, yo lo propondría como hit del verano). 

Para todos estos momentos yo escucho Dramas y Comedias de Fangoria. Porque así te tienes que tomar la vida en México y en cualquier lugar del mundo. Sin dramas, sin quejas, sin tonterías. Porque al final la vida va a acabar haciendo lo que le dé la gana con nosotros, ¿no creen? Entonces, como dice Alaska, "¿Qué más da?". Esto también hay que leerlo con el ritmo correspondiente, pero no nos engañemos, no es tan pegadizo como ¡algo de fierro que vendaaaaaaaaaaaaaaaan!

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