Si los espejos hablaran

Ser mujer es agotador. En la actualidad se ha vuelto una competencia despiadada por ser perfecta, peleando contra lo natural y en perjuicio de la propia salud.

¿Crees que exagero? Te resumo lo que la mayoría de nosotras considera normal:

 · Estar delgada (“el lunes me pongo a dieta” ¿te suena?)
· Verse “fit” (pero no musculosa)
· Tener piel perfecta (cero celulitis o estrías)
· Vivir maquillada casi profesionalmente (gracias, tutoriales de Youtube)
· Tener cada cabello en su lugar
· Con manicure y pedicura impecable

 La lista es casi infinita y siempre hay algo que se puede agregar para llegar a ser perfecta.

El tiempo que las mujeres le dedicamos a la imagen es enorme. A pesar de ello, nunca estamos conformes con los resultados.

 La magnífica Emma Thompson lo dijo clarísimo en la Berlinale 2022: “si me paro delante de un espejo siempre debo hacer algo, meter la panza, girarme de costado… no puedo solo desnudarme y quedarme quieta, aceptar lo que veo”.

La sociedad nos impone parámetros estéticos inalcanzables. Hemos sido programadas para odiar nuestros cuerpos y ser esclavas de las opiniones de terceros. Vivimos para complacer la mirada del otro. Las redes sociales nos recuerdan que siempre hay algo que debemos cambiar, corregir.

 Haz la prueba. Párate frente al espejo y mírate. Nota todo lo que pasa por tu mente, lo que haces con tu cuerpo, los auto juicios que emites. Ahora hazlo sin ropa… ¿Cuánto tiempo puedes mirarte sin sentir desagrado? ¿Sin encontrarte un defecto, algo que quisieras cambiar?

 Las estadísticas indican que el 85% de las mujeres quieren cambiar algo de su cuerpo, y la pérdida de peso es su prioridad. Muchas llegan al yoga buscando adelgazar, con una obsesión por saber cuántas calorías quemaron durante la práctica. No entienden el famoso “gozo” del yoga, porque “no adelgaza”.

 Si estás en algún punto de ese camino o no pasaste la prueba del espejo, te propongo un par de ejercicios para empezar a cambiar la relación con tu cuerpo.

Soltar la panza

Siéntate con los ojos cerrados en una postura cómoda, observando la respiración. Nota el contacto con el piso, siente el calor de tus manos sobre los muslos, percibe el aire rozando las fosas nasales. Dale tiempo a tu mente para aquietarse.

Pon tus manos sobre el abdomen y trata de sentir la respiración en esa zona. Sin forzar, solo sé testigo de lo que pasa.

Ahora mete la panza, “hazte la flaca” y observa qué pasa con la respiración, a dónde se va el aire, qué zona de tu cuerpo se mueve. Cuando se vuelva incómodo, vuelve a soltar el abdomen y respira naturalmente. Repítelo 5 veces.

 En el abdomen no hay huesos por una razón: todos los órganos de esa cavidad necesitan moverse, son estimulados por la respiración natural. Se expanden los pulmones, se mueven los intestinos, el colon, la columna, se estimula el nervio vago, etc., y se genera una especie de coreografía entre ellos. Si vivimos haciéndonos las flacas, tratando de entrar en una talla más pequeña o escondiendo la “lonja”, convertimos la respiración en pura supervivencia, lo que tiene efectos devastadores sobre el sistema nervioso (un eterno “fight-or-flight” que se convierte en estrés crónico).

 Practica soltar cada vez que te descubras metiendo la panza (en el auto, en el metro, en la oficina). Desabróchate el pantalón. Enamórate del movimiento abdominal, de esa danza interna de tus órganos, y recupera la satisfacción de un abdomen suelto, porque ¿quién ha visto a un niño que juega feliz metiendo la pancita?


En presencia amorosa

Tomo este concepto de Hakomi, un método de autoestudio asistido que conocí hace un par de años. Voy a tratar de ponerlo sencillo: imagina que debes confesarle a alguien tus peores miedos, errores, dolores o eso que has callado siempre… ¿qué cualidades debería tener esa persona para que pudieras ejecutar eso, para que realmente pudieras soltar y abrir tu mente y corazón a otro?

En múltiples experimentos de la técnica, los practicantes buscaban estas características: debía ser alguien que los valorara, que los quisiera, que fuera comprensivo, cariñoso, con tiempo para escucharlos, que los aceptara por completo sin juzgar, disponible, atento y empático, alguien compasivo y tierno que les diera su atención respetuosa y mantuviera una actitud positiva durante el proceso.

Los terapeutas Hakomi buscan ser esa persona colocándose en el estado de presencia amorosa. Asumen todas esas cualidades antes de pretender ayudar a sus pacientes. Suena hermoso ¿verdad?

¿Y si esa persona fueras tú? ¿Si pudieras verte con esos ojos de amor?


Hagamos un Ejercicio

Ponte de pie frente a un espejo en un sitio privado. Cierra los ojos y siente lo que se haga presente. Poco a poco, empieza a repetirte mentalmente cada una de esas características que leíste antes hasta que vayan “asentándose”. Sin prisa, recuerda que vas a tratar de ayudar a un paciente.

Cuando estés lista, abre los ojos y mírate en el espejo, observa con amor a esa persona que se pone frente a ti esperando que la ayudes. Empieza a recorrerte visualmente, con calma, deteniéndote en esos lugares donde sientes que necesitas más amor, más compasión. Recuerda no juzgarte, sólo permanece en esa presencia amorosa, serena y expansiva, todo es bienvenido y lo que ves es perfecto.

No te sorprendas si alguna lagrimita cae; mirarse a través del filtro del amor es un proceso muy conmovedor y, lamentablemente, poco frecuente.

Ponte de costado, gírate, trata de “untarte” de esa mirada gentil tanto como puedas. Después de unos minutos, vuelve a ponerte de frente y abrázate. Con todo el cariño que puedas, rodéate con los brazos, acaríciate y regálate la aceptación que le darías a otro después de ese duro proceso.

Permítete esta dosis de amor cada vez que tus juicios empiecen a tomar el control y celebra el gozo de habitar un cuerpo perfecto, como toda tú.

Previous
Previous

issues…

Next
Next

Frescura en Rosa