​​Impresentable, pero disfrutable

Todas hemos tenido en nuestra historia a ese sujeto que jamás presentarías en sociedad, pero que te cuesta sacar de tu lista de pendientes semanales.

El caso es que cuando te has decidido poner en mood ‘go with the flow’ te puedes encontrar sorpresas. Así me encontré yo al impresentable, pero disfrutable.

Lo conocí en el cumpleaños de un amigo en común. Yo fui sola y  me la pasé en la pista, porque otra de mis grandes pasiones es bailar, además de que lo hago muy bien; podría decir que “modestia aparte”, pero cuando uno sabe que hace las cosas muy bien, ¿para qué necesita la modestia?

No tardaron ni 5 minutos en empezar a aparecer las potenciales víctimas de esa noche, y ya saben que hay de todo, el que no baila un carajo, pero quiere conocerte e intenta moverse; el que solamente llega y se para ahí enfrente de ti con su trago en mano, porque no sabe ni cómo pedirle permiso al cerebro para mover un pie; el que se sabe tres vueltas y las repite una y otra vez, y el “rey de la pista”, aunque estos son los más escasos.

Esa noche llegó de todo, incluido el borracho impertinente que sólo pudo balbucear estupideces, pero finalmente llegó el rey de la pista, a primera vista nada antojable, pero eso sí, súper formal; de la forma más caballerosa llegó a pedirme que si podía bailar conmigo. Resultó ser un profesional bailando salsa (mi mero mole), bachata, lo que le pusieran… así que bailamos sin parar. Pasamos casi toda la fiesta juntos, no nos movimos de la pista; podría decir que no entablamos ninguna conversación, solamente alguna pregunta sobre “de qué conoces al cumpleañero” y cosas así. Se terminó la fiesta y nos despedimos intercambiando teléfonos para ir a bailar algún otro día, y eso hicimos; empezamos a salir solamente para bailar. 

Yo notaba que él se ponía muy nervioso y no hablaba mucho cuando nos veíamos, pero de vez en cuando hacía algún comentario para hacerme ver que yo le gustaba. Yo no estaba interesada más que en bailar, pero uno de esos días que me llevó a mi casa, al despedirnos me besó. El beso estuvo rico y, aunque yo sabía que ahí no podía haber nada, no me disgustó, pero en medio del beso, “aquello” le empezó a crecer y yo empecé a sentir como un globo que se iba inflando entre nosotros… inmediatamente me separé y me despedí con el pretexto de que debía trabajar muy temprano.

Pero se podrán imaginar que mi cabeza esa noche no paró de pensar en lo que este bailarín se traía entre piernas, y con lo bien que bailaba seguramente debía moverse muy bien en la cama también. Esa teoría la tengo comprobada.

Yo lo dejé en la lista negra por semanas, precisamente porque no quería que me ganara la tentación… pero yo siendo tan curiosa y él tan insistente, llegó la siguiente salida a bailar y él buscaba la forma de acercarse cada vez más, de respirarme en el cuello de una forma súper delicada, de tocarme como “sin querer” mientras me daba vueltas… y yo no podía dejar de pensar en el globo inflándose a presión.

Yo me había autoimpuesto la regla de no salir con él los fines de semana, para tener el pretexto de que tenía que trabajar y no seguirla, porque quería mantenerlo como mi pareja de baile, y de verdad no quería que pasara nada. Pero ese día era viernes, y seguro fue mi inconsciente -que no podía de la curiosidad- el que aceptó salir en viernes. De ahí me invitó a seguir bailando en su departamento y acepté, ¡yo tenía que ver eso!

No pasó mucho tiempo de que llegamos al departamento a que yo ya estaba montada. Sí era un tamaño que parecía atemorizante, pero una vez dentro era lo más delicioso y disfrutable… desde el minuto uno se convirtió en mi guilty pleasure. 

No les puedo ni describir la obsesión que se me hizo. Mañana, tarde y noche sólo pensaba en volvérmelo a comer de todas las formas y en todas las posiciones existentes, no me importaba absolutamente nada más sobre su aspecto que la química sexual que teníamos. 

Él empezó a invitarme con más frecuencia, y más a su casa que a bailar, pero yo sentía que corría por mi cuerpo una calentura que me hacía hervir; una adolescencia apoderándose de nuevo de mi cuerpo treintañero, que de por sí no necesitaba más calentura. A veces pienso que cuando fui concebida se estaba gestando un güey y de última alguien se equivocó y me puso una vagina, porque esto no es normal señoras y señoritas, por cierto, no sean señoritas, no vale la pena.

 Empecé a cancelar planes con mi familia y amigos para poder verlo. TODO en mi vida se reducía a SEXO, y además era perfecto, porque el hombre casi no hablaba, y yo llegaba siempre “a lo que iba” para aprovechar el tiempo. 

Me empecé a dar cuenta que entre más lo hacíamos, más crecía mi líbido. 

Además él era divino, vaya, tampoco tienes que andar con un gañán para que se convierta en el impresentable, a mí no me gustan los gañanes… educado sí era y mucho, no sólo por sus modales, también por sus credenciales universitarias y profesionales. El impresentable era dueño de su negocio, había empezado a emprender desde muy joven, no la había tenido fácil, pero a sus treinta y pocos ya era un hombre muy exitoso. El problema era que, además de no ser muy agraciado físicamente (de cara, porque lo demás le daba gracia para tres vidas), su dudosa procedencia se notaba con algunas palabras que pronunciaba mal constantemente o en los mensajes que escribía con faltas de ortografía, dos de las cosas primordiales en las que me fijo, pero además no era lo suficientemente nice en otros aspectos que para mí eran importantes para presentarlo en casa, aunque he de aceptar que mi obsesión por su miembro viril era tal que hasta llegué a pensarlo, llegué a pensar que estaba enamorada, ¡y lo estaba!, pero sólo de cierta parte de él. 

No compartíamos nada más, nos llegamos a ir de fin de semana varias veces y literal era estar montados absolutamente todo el día, o comiendo o descansando para darle al siguiente round.

No sé cómo sobreviví a eso en tantos sentidos, no sé cómo no me corrieron de mi trabajo, porque mi mente no estaba en otra cosa que pensando en semejante paquete, no sé cómo no morí atravesada, cómo no me perforó un órgano o me tuvieron que coser la boca por desgarramiento de labio. 

Vivía mojada, sentía cómo me empezaba a escurrir la entrepierna a cualquier hora del día, no es broma, tenía una especie de mini orgasmos internos nada más de acordarme de él, ¿les ha pasado? Y es que la forma en la que “embonábamos” era tan perfecta que yo tenía orgasmos múltiples que empezaban como a los tres minutos de penetración. ¿¡Quién diría que no cuando tiene acceso a tanto placer físico!? 

Pero la temperatura subía cada vez más y ya no importaba nada. Una vez estaba en casa de mis papás en una comida familiar, me empezó a mensajear, yo empecé a hervir y le pedí que fuera, que lo vería afuera… encontramos un rincón en plena área residencial, hicimos de todo en el coche como si estuviéramos encerrados en un búnker sin temor a que alguien nos viera, y ahí estaba yo “hablándole al micrófono” cuando llegó la seguridad privada que patrullaba la privada… eso se tuvo que arreglar con una módica cantidad, y obvio con mucha vergüenza y la posibilidad latente de que mis papás se enteraran. Como si no hubiera sido suficiente que mi papá intuyera “mi problemita” cuando se metieron a robar a la casa y vio mi megadildo tirado en el piso en medio del desastre.

Otro día en casa de mi mejor amiga lo metí al garage y lo mismo. Ahí perdí un arete que era bastante particular, y un día me llama mi amiga para decirme que súper chistoso, que se había encontrado un arete mío en su garage, espero que no esté leyendo esto, porque obvio nunca le expliqué cómo llegó ahí.

Todo empezó a salirse de control, mi otra cabeza pensaba por mí, como un güey, literal. Pero lo peor fue cuando una vez en mi hora de comida fui a verlo. Cuando eso pasaba yo iba en vestido para hacerlo todo más fácil a la hora de maniobrar estando dentro del coche; el caso es que tuve que regresar a recoger a mi jefe para ir a una junta; y cuando mi jefe quiso mover el asiento su mano encontró la tanga que él impresentable me acababa de quitar… No pude, no supe, no articulé, se la quité rápido de las manos y la aventé detrás de mi asiento. No hay palabras para describir la vergüenza que sentí, pero si me hubiera podido meter en el fundillo de un caballo en ese momento, lo hubiera hecho. 

Me costó mucho trabajo dejarlo, porque era imposible controlar la hormona. Ya venía pensando tiempo atrás que debía dejarlo, porque además él ya se empezaba a sentir incómodo cuando no estaba incluido en ninguno de mis planes, o cuando yo no quería ir a los suyos, pero después de esa última con mi jefe toqué fondo, y así como dejé de fumar, de un día para otro lo dejé a él, y de la misma forma que un cigarro, él sólo sirvió para saciar un antojo, uno que duró varios meses, pero antojo al fin y al cabo, porque no por 250 gramos de chorizo te tienes que quedar con todo el puerco.


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