mira quién te mira
Hay días en la vida en que te sientes tan en el piso que ni Dios padre te sacaría de la cama y mucho menos de tu casa. Si acaso llegaras a abandonar la cama sería para ir al baño o comer algo, o sea, actividades específicas de modo supervivencia.
Y así estaba yo hibernando ese día que no tenía planeado más que comer, dormir y, porqué no, masturbarme repetidamente con intervalos de sueño de 15 minutitos para recargar energía y cambiarle las pilas al Sr. Villarino, que las gasta muy rápido con esa luz neón en cuatro tonalidades.
Sin haber terminado la tercera dosis, suena mi celular y un mensaje de Otto, mi mejor amigo, invitándome a la inauguración de un bar en Polanco. Vi el mensaje y obviamente no podía contestar ni pensaba hacerlo. No iba a dejar que nada interrumpiera mi entrenamiento.
Pero Otto es de una persistencia envidiable cuando se propone algo, y ese día no fue la excepción. Como no respondí el mensaje, empezó a llamarme repetidas veces hasta que respondí. Siempre que respondo cuando no quiero, pienso: “¿por qué no he de responder?, no tengo porqué esconderme para decir que no quiero ir”, pero si se trata de Otto casi siempre acabo cediendo el 90 por ciento de las veces, y más si te dice que está en la puerta y no piensa irse sin ti. Y bueno, ni modo qué hacer. Abrí la puerta, Otto se fue directamente al refrigerador, saca una cerveza y me dice: “bueno, ¿qué te vas a poner? Yo puedo ir escogiendo tu outfit en lo que te das un baño, ¡porque antes muerto que pasar desapercibido!”.
Con tanta decisión, esa cerveza fría en las manos y la música empezando a sonar no pude negarme. Sabía que ese plan era garantía de pasarla bien, como siempre que salgo con Otto.
Y lo mismo acerca del éxito asegurado cuando él elige mi outfit. Obviamente siempre combina mi ropa de la única manera que yo no lo haría, me disfraza de lo que él quiere según el mood con el que llegue, pero definitivamente NUNCA se equivoca.
Y ahí estamos ya puestos con dos cervezas y dos tequilas mientras yo me alacio el pelo y él se enchina las pestañas.
Llegamos al bar y entre luces y miradas hicimos nuestra entrada triunfal caminando directamente a la barra, como es nuestra costumbre, para ya con trago en mano dar una vuelta por el lugar y decidir dónde queremos estar. Obviamente siempre elegimos la mejor vista.
Ya muy acomodados y con vista preferente, nos sentamos a platicar y a reír sin parar.
De pronto me dice: “mira quién te mira”.
Yo empiezo a buscar discretamente y respondo: “¿el espécimen de sombrerito?”.
“Ese mismo, y se ve que es de los que nos gustan ¿cierto?”.
“Ay Otto, no estoy de humor, tengo flojera”.
“¡Por favor! Tu siempre estás de humor para un orgasmo cuando viene empaquetado así de bonito, no es que tengas que salir de aquí con novio”.
Y era real, igual de real que la flojera que me daba hacer el mínimo intento, así que lo ignoré por completo.
Pero basta que ignores a alguien que ya te puso en la mira, para que te conviertas en el blanco a conquistar, y esta vez no fue la excepción. El espécimen empezó a hacer de todo, aplicó la de “¿te invito un trago?”, a lo cuál dije que no. Después mandó flores y yo las puse en la silla de a lado sin ni siquiera voltear a verlo y su desesperación lo llevó a enviarme una botella de champaña con sus respectivas luces de bengala. Total que aquello apareció delante de nosotros echando chispas, las mismas que me salen a mí cuando a la gente le gusta hacer escándalo porque compró una botella “cara”, así que cuando el mesero se inclinó a decirme: “se la manda el caballero” señalándolo con los ojos, yo solamente le respondí: “gracias”, y continué platicando y riendo con Otto.
“Ay Bella, ¿ahora cómo vas a salir de esta?”.
“Tu diviértete Otto. Te imaginas todo este show para que su siguiente pregunta sea: ¿a qué te dedicas?”, y soltamos la carcajada ya brindando con copa de champaña en mano.
Ya sé que suena a que el tipo era un cualquier cualquier, pero la verdad es que estaba hecho un bombón. Si yo lo estaba ignorando es porque estaba disfrutando mucho a Otto y porque me encanta ver las reacciones que tienen los hombres cuando se sienten cazadores profesionales.
A mí la lujuria me entra por el oído, después de haber reconocido la masculinidad del objeto y haber comprobado la química cuando lo siento cerca de mí en conjunto con el olor, pero todavía no le habíamos dado oportunidad de llegar a eso y, por supuesto, seguíamos divirtiéndonos.
Cuando digo que era un espécimen es porque tenía todos los elementos que Otto y yo consideramos. Es necesario estar guapo, con personalidad, bien vestido (incluido algo que no cualquier hombre usaría), pero lo más importante es que tenga toooooda la onda del mundo, y él la tenía, pero la ignorada lo destanteó completamente.
Y en eso estaba yo pensando cuando mi mejor amigo (y apuntador) me dice que ya no está.
“No lo culpo, a cualquiera le daría pena el rechazo”, dije yo.
“O diarrea”, dijo Otto al tiempo que soltamos la carcajada y seguimos bailando.
Y en eso el espécimen me abraza por detrás pasándome la mano por la cintura y me dice en el oído con decisión: “si crees que todo eso me va a hacer claudicar, estás muy equivocada, yo no me voy de aquí sin que al menos me aceptes una siguiente cita”.
Debo confesar que el olor y la decisión me hicieron empezar a platicar con él, y ya avanzada la conversación me di cuenta que sí me gustaba y mucho, así que decidí irme.
“¡Cómo se te ocurre si el tipo está hecho un forro!”. -Me decía Otto afuera del bar.
“No te preocupes, lo voy a ver mañana para cenar”.
En eso aparece de nuevo y me dice: “por favor permite que los lleve mi chofer”.
Otto me volteó a ver con cara de “veeeeer… sólo a ti te pasan estas cosas” y nos dejamos llevar.
Al día siguiente estaban tocando a mi puerta a las 10 de la mañana con una marcha de ramos de flores de todo tipo y una tarjeta que decía: “se te olvidó decirme cuáles son tus flores favoritas. Por cierto… no es cena, es brunch, paso por ti a las 12”.
Claro que estuve lista y radiante desde las 11:30. Él llegó súper puntual y todavía se veía más guapo a plena luz del sol.
Media hora después estábamos llegando al Four Seasons, como si me hubiera leído la mente sobre cuál era mi brunch favorito en la ciudad.
Las mimosas desfilaron desde que nos sentamos y todo fluyó tan bien que unas horas más tarde estábamos arrancándonos la ropa desde el elevador y holly fuck! ¡Espécimen el que ÉL se traía entre piernas!
Siempre pienso que debería existir mi idea millonaria del detector de tamaños, aunque si pudiera pedir un detector perfecto también mediría el olor (con esta nariz de perro que detecto cualquier olor), pero esa es otra historia, porque esta sólo la puedo definir como perfección. Sabor, olor, tamaño, aspecto, desempeño.
El equipo era hermoso y él sabía cómo usarlo.
La faena fue espectacular, nos comimos delicioso. El mejor oral de mi vida. El hombre hacia magia en un juego de lengua y labios.
Después de unas dos horas de acrobacias, hicimos una pausa con todo y abrazo romántico acariciándonos todo lo que nuestras manos alcanzaban. Todo era tan perfecto, tan delicioso, tan impresionante que yo no me quería mover, quería que se detuviera el tiempo y eso durara una eternidad. Quería volvérmelo a comer una y otra vez, peeeeero… me tuve que parar para ir al baño.
Cuando la vejiga se pone insistente no hay nada qué hacer, especialmente después de todas esas mimosas y dos horas de estar bombeando el área.
Total que no sé porqué me dio por recoger la ropa en el suelo que quedaba a mi paso. Aquello era zona de guerra, todo había quedado aventado por todos lados. Y cuando recojo su pantalón del piso que se cae un anillo y rueda hasta topar con mis pies.
Yo me quedé muda con el anillo en la mano, lo volteé a ver y su cara de pánico me dijo todo. Ninguno de los dos podíamos articular palabra, hasta que por fin pude decir: “¿estás casado?”, sintiendo en el cuerpo que un infierno se apoderaba de mí.
Él empezó a tartamudear, obviamente lo negó completamente apenas pudo hablar.
No hay mucho más que contar. No lo volví a ver nunca, pero en una conversación con amigos de mis papás salió que estaba casado con la hija de un conocido empresario y que todo su patrimonio se lo debía al suegro.
Me pregunto cuántas casas no habrán estado llenas de flores con el dinero proveniente del papá de su esposa.
¿Se preguntan si tengo ganas de decir el nombre? ¡Todas las del mundo! Tal vez en algún otro issue me anime.
Sé que sigue “felizmente casado”, porque lo vi hace poco en una conocida revista de sociales celebrando el cumpleaños de uno de sus hijos, y honestamente sólo me pasó por la cabeza: “¿será que habrá perfeccionado la técnica oral?”, no me culpen, todavía a veces abro ese cajón mental cuando uso al Sr. Villarino.
Por si me lees, te la dedico.