No want no Short Dick Man
Conocí a Amanda Grease en uno de mis viajes a Madrid. Las dos habíamos sido invitadas por un amigo en común a una subasta silenciosa en un salón privado del Thyssen-Bornemisza. Eso fue lo único silencioso que pasó ese día.
Nos presentaron apenas pasamos al cocktail de bienvenida, y con copa de champaña en mano empezamos a platicar. Nos vimos y nos reconocimos.
Yo estaba de visita, como era común cada año entre el verano y el otoño, y ella era local por ese entonces. Una copa llevó a la otra y haber sido compañeras “de marcha” esa noche, nos convirtió en cómplices y amigas para siempre.
No hemos logrado hasta ahora vivir en el mismo lugar del mundo al mismo tiempo, pero siempre nos las ingeniamos para coincidir y alargar los días y las noches de interminable fiesta todas las veces que podemos vemos.
“Eran buenos tiempos”, -Dijo Amanda en esa llamada que me tomó por sorpresa un domingo.
“Hablas como si fueras una vieja, ¿qué te pasa? ¡Si estamos en la mejor edad! ¡Los 40 son los nuevos 20! -Dije yo apenas Amanda terminó de suspirar al recordar una de esas tantas historias.
“Pues me encanta la idea de que todavía te sientas de 20, porque te necesito en mi nuevo proyecto”. -Dijo.
Yo ya había logrado sentirme cero culpable con ese pacto mental que hice sobre relajarme y disfrutar, dentro de lo disfrutable, mis días encerrada hasta que esta pandemia termine.
“Mmmhhh… ¿de qué se trata?” -Pregunté por curiosidad, pero no muy convencida.
“Necesito una columnista que muestre lo disfrutable y divertido que el sexo y el dating game puede ser, y no conozco a tantas mujeres a las que les pasen, todas juntas, el tipo de historias que te pasan a ti y sean tan sinvergüenzas como para dar detalles...” -Y siguió hablando descontroladamente, como es su costumbre cuando de recordarme momentos embarazosos se trata.
Quisiera decirles que luché por contradecirla, pero cuando me recordó el incidente que nos hizo cómplices desde el día uno en que nos conocimos en el Thyssen, no tuve más que reír de nuevo a carcajadas y aceptar.
Amanda me dio amplia libertad para decidir el nombre de esta columna y terminando de escribir la primera entrega llegó a mi cabeza “Entre Piernas”.
Porque si normalmente es un misterio saber lo que me traigo entre manos, esperen a ver lo que me
traigo Entre Piernas.
No want no Short Dick Man
Nunca voy a olvidar esa plática entre amigas en la que terminamos hablando de sexo, específicamente de tamaños. No era algo normal para nosotras que pasamos toda nuestra vida escolar, desde que tengo uso de memoria hasta la universidad, en colegios católicos privados, pero ese día Carmina estaba que explotaba por contarnos sobre la pésima experiencia que había tenido con un ex compañero de la universidad a quien tooodas conocíamos.
“No estoy orgullosa de decirlo, pero me comí a Julián Lavater”. -Dijo de pronto, y el silencio se hizo más grande que los ojos de todas mirándola fijamente con expresión de incredulidad.
Esa expresión se debía específicamente a que Carmina había llegado tarde a la repartición de casi todos los atributos, entre ellos belleza, inteligencia y gracia; y el espécimen en cuestión, aunque no era guapo, tenía toooda la onda del mundo y ni qué decir del dinero, que en ese caso hacía la envoltura más bonita, porque sí que sabia cómo consentir a las mujeres. Era el típico que sabía a qué lugares llevarlas, qué vino pedir, al que le daban la mejor mesa en el antro, incluso cómo mantener una conversación interesante, aunque él fuera el único interesante en la mesa.
“Bueno, ¿y qué tal?” -Pregunté yo, cuando vi que nadie podía pronunciar palabra.
“No sentí nada y ni siquiera estaba ebria”. -Dijo Carmina.
Yo siempre tuve mis dudas de que Carmina fuera frígida, pero cuando dijo: “imagínense que tuve que pasar por ese momento embarazoso de preguntar: ¿ya estás dentro? ¡Porque no lo sentí!”. -Eso nos daba idea de otra cosa, aunque nunca sabremos si él de verdad la tenía de “recién nacido”, como lo describió Carmina, o ella necesitaba de empaque extra para satisfacer sus cavidades. Pensar en cualquiera de las dos opciones nos dio material para reírnos a carcajadas a todas las demás y por mucho tiempo. Obviamente, y en automático, Julián perdió un altísimo porcentaje de la personalidad que parecía tener y, al menos yo, nunca lo volví a ver como el hombre que les describí unas líneas atrás.
Sólo los hombres con equipo por debajo de la media dirán que el tamaño no importa, pero ¡claaaaro que importa!
No sé qué es peor, un pene pequeño, uno fláccido, uno delgado o uno encapuchado. Necesito emojis para describir lo que estoy sintiendo en estos momentos nada más de pensarlo o, peor, recordarlo. Sin duda, la mezcla de todas las anteriores debe ser la más catastrófica y, aunque en general considero que he tenido muy buena suerte con los tamaños y el desempeño de mis parejas, esa no podía seguir intacta si me he esmerado en disfrutar mi sexualidad plena y, sobre todo, abundantemente. Como dirían por ahí: “quedada, ¡pero no con la duda!”.
Así que cuando the little guy llegó a mi vida tuve que suspender actividades apenas lo vi, aunque debí haber reaccionado cuando lo sentí en la mano (me siguen faltando emojis).
Lo malo de tener una adicción a no quedarme con la duda me prohíbe, la mayoría de las veces, abandonar cuando es debido. Pero si mi juicio fuera mi mayor atributo, esta columna no existiría.
El punto es que decir que lo sentí es presumirles algo que ni pasó. Por un momento pensé que durante el beso romántico (con todo y ojito cerrado) había perdido proporción de la anatomía del individuo y estaba tocando en el lugar equivocado. Fue ahí donde no me pude quedar con la duda y lamento mucho decirles que no es que se hubiera escondido de la emoción, simplemente este individuo había ido al mismo centro de repartición que le tocó ir a Carmina. ¡Vaya desgracia!
Short Dick Man fue una total desilusión, porque era guapo, divertido y, aunque no era brillante, era lo suficientemente inteligente para mantenerme entretenida. Además, tenía un plus importantísimo: compartía conmigo el gusto por la buena cocina y el vino, ingredientes básicos para que yo salga con alguien, aunque no todos alcanzan el nivel de pasión con la que disfruto estos dos placeres que para mí son tan importantes y básicos como el sexo.
Cuando lo tuve entre mis manos, peor, frente a mis ojos, vi todos esos momentos de disfrute desvanecerse en un segundo. No pude ni darle la oportunidad. Inmediatamente recordé a Carmina y no me quise ver contando la misma historia. Dentro de todo, me parecía un poquito más digno abandonar la misión que incurrir en la necedad de quererlo introducir. Y yo no sé si a ustedes les pase, pero llega un momento en la vida en que uno ya no se come cualquier cosa y yo no gasto estómago en calorías innecesarias.
La vida es muy corta para no disfrutarla o conformarse con cualquier cosa.
Yo puedo entender que nadie es perfecto y que en muchos casos the little guys se las arreglan muy bien con “otras gracias” para contrarrestar la carencia de tamaño, pero si necesitas intercambiar buen sexo por otros atributos, te estás perdiendo de mucho. El buen sexo debería ser una prioridad y de ninguna manera intercambiable.
Salgan, exploren, no se claven y, sobre todo, no se conformen, porque hay mujeres que hasta le lloran y le ruegan al más pito chico de Pitochicolandia. Y si alguien te va a hacer llorar, entonces ¡que sea de placer!
Como leí el otro día en un meme que me hizo reflexionar muy seriamente sobre este tema: “72 variedades de chile y tu llorando por el mismo”.
¡Paaar faaavaaar! Neeeext!